lunes, 14 de marzo de 2011

THE RIVER.

Ultimamente, entre obligación y devoción, me ha dado por escribir un poco más de la cuenta. Aquí va una muestra.

"Mike Kern nació en el condado de Rockcastle, en el corazón de Kentucky. Había pasado su vida allí, desde el momento en el que nació. Su padre era de los hombres más adinerados del pueblo, pero aún así, no se podían permitir todo lo que a Mike le hubiese gustado. Siempre había aspirado más alto que cualquier otro Kern. Él siempre quería más. Su padre esperaba de él unos resultados académicos excelentes. Una beca para ir a la Universidad más cercana y una carrera que le permitiera seguir la labor que la familia había llevado a cabo durante más de seis generaciones. Los Kern poseían una farmacia, de la que habían vivido padres, hijos, abuelos, y bisabuelos. El padre de Mike aceptó el reto casi sin pensar, y esperaba que su primogénito siguiera sus pasos. Por otra parte, él no deseaba lo mismo. Mike quería viajar y descubrir. Quería ser como aquél tal Kerouac del que tanto había escuchado hablar. Quería marcharse y desaparecer. Vivir su vida como él quería, durmiendo cada noche en un lugar distinto, y disfrutando del cielo raso sobre él. Su madre le llamaba idealista cuando divagaba sobre el futuro. Con su padre no mencionaba palabra de todas aquellas ideas que él estaba seguro, le parecerían descabelladas.
El mayor de los Kern era conocido en el pueblo, además de porque era pequeño o por su adinerada familia, por su físico. Tenía la tez blanca, muy distinta de todos aquéllos jóvenes que ayudaban a sus padres con el ganado, el pelo rubio, como su madre, que tenía raíces californianas, y los ojos claros como las aguas del río que bañaba el pueblo en verano. Mike había besado a muchas chicas. A decenas de ellas; hasta que llegó Christine. A ella le había gustado desde siempre. Recordaba cada palabra que le había dirigido él durante los doce años que se conocían. Empezaron juntos el colegio, y luego el instituto. Ella siempre había pasado desapercibida. Nunca había sido la chica más lista, ni la más guapa, ni a la que todos los niños querían en la escuela. Más bien era larguirucha y sin formas, con la cara y los brazos llenas de pecas, y el pelo hirsuto y pelirrojo le crecía de la cabeza como si se tratara de maleza salvaje. Con los años, Christine había pasado a ser Christie; seguía alta, pero esbelta, continuaba teniendo pecas, pero decoraban graciosamente su cara, y su pelo… ¡Oh, su pelo! Se había convertido en una delicada mata rojiza que se movía alegremente cuando se contoneaba hacia el instituto. Y entonces, él se fijó. La conseguiría, igual que lo había hecho antes con otras.
Fue un día, mientras todo el mundo iba de aquí para allá preparando las fiestas del pueblo. Se acercaba julio. Tenían todo el verano por delante. La vio un día en la plaza, y por primera vez, no supo de qué decir. ¿Por qué estaba siendo tan difícil? Había hecho eso mismo miles de veces, y ahora no se sentía capaz. Ella le miraba a los ojos, sin saber qué esperar.
-Mm… Esto… Me preguntaba qué harás este verano. -Dijo él bajando la mirada-.
-Me quedaré en el pueblo, probablemente. Me hubiese gustado irme con mi tía a Nueva York, pero mis padres están bastante ocupados con la tienda, así que me quedaré a cuidar de mis hermanos. Además… Tom empezará la universidad en septiembre. No nos podemos gastar mucho dinero.
- Perfecto. En ese caso… -Se animó- Me gustaría que quedásemos…
- Claro. Por supuesto. Me encantaría.
Él se fue dándole un beso en los labios, bajo la atenta mirada de los demás habitantes del pueblo que de encontraban allí. La noticia corrió más rápido que él, y ésa misma noche, su padre le reprendió durante la cena.
-No me gusta que te juntes con la hija de los Hamilton. Ya sabes que ellos no son de nuestro estilo.
- Quizás su padre no sea del tuyo, pero Christie sí lo es del mío. Es encantadora. No la conocéis realmente. Renunciará a su verano en Nueva York por cuidar de sus hermanos.
- Renunciará a su verano en Nueva York porque este no ha sido el mejor año de la tenducha ésa de segunda que les mantiene. No te dejes engañar. Tú sabes que estás muy por encima de ellos.
- A mí ella me gusta, y no voy a alejarme de ella sólo porque tú lo digas. No tengo nada más que decir. -Se levantó arrastrando la silla. Dejó la servilleta sobre la mesa, y salió de la casa dando un portazo-.
Dos semanas más tardes ya todo el mundo en el pueblo lo sabía. Ella era la envidia de todas las chicas, y él era la envidia de todos los chicos. Por las mañanas se veían. Caminaban hasta llegar a las praderas, y se tumbaban a tomar el sol. Por las tardes se reunían con otros jóvenes del pueblo en distintos lugares. Por las noches jugaban y bailaban con los demás en la plaza del pueblo. Eran el centro de todas las miradas. Es más, probablemente los chismes y el cotilleo había ya pasado las fronteras del pueblo. Quizás fuese porque el mayor de los Kern, por fin había sentado la cabeza con una chica. Quizás fuese porque ella había topado con la suerte de su vida al encontrarle. Por las noches, cuando todos se estaban yendo a dormir, ellos se alejaban del pueblo hasta llegar a un pequeño saliente junto al río cercano al pueblo. Allí se deseaban. Se amaban. Se regalaban besos y caricias bajo las estrellas, ellos dos; en contacto puro con la naturaleza, oyendo de fondo la corriente de agua que bajaba precipitándose. Así día tras día, durante dos meses. Christie se quedó embarazada. Se lo dijo un día entre lloros. Habían sido unos descerebrados, unos estúpidos. Y tenían que cargar con las consecuencias. Ella se llevó una fuerte bofetada por parte de su padre:
- ¡Guarra! ¡Puta! Ya sabía yo que el imbécil ése de los Kern no era trigo limpio. ¿Dónde ha quedado tu sensatez? Vamos a sacarle hasta las tripas. Vamos a exprimir hasta el último centavo. Debería darte vergüenza. Te has convertido en una ramera.
Christie lloraba en brazos de Mike. Saldrían adelante, le susurraba al oído mientras le acariciaba las mejillas. Se casarían cuanto antes. No quedaba otro remedio. Mantendrían el secreto hasta que pudieran. Probablemente se marcharsen de aquél pueblo de fisgones. Adiós a todos sus sueños, a sus aspiraciones. Adiós a la universidad, y a los viajes. A todo lo que él había deseado en la vida.
Mike comenzó a trabajar. El bebé nació nueve meses después. Se dormían abrazados cada noche, en un pequeño cobertizo que habían alquilado cerca del pueblo, pensando en todo lo que hicieron. En todo lo que les hubiese quedado por hacer. "

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amore! He visto que has añadido tu blog a tu perfil de ADV, ya verás como en nada esto se te llena de comentarios!
Me encanta el relato, aunque yo ya lo había leido antes.
Te quiero!

Laugh.